miércoles, 1 de julio de 2009

SIMBOLO Y CRISTIANISMO EN EL SIGNO DEL PEZ DE GERMAN ESPINOSA.

Durante varias centurias el tema religioso ha sido fuente de innumerables ficciones, ya sean estas novelas, cuentos, poesías o ensayos; lo han abordado desde diferentes perspectivas: mística, demonológica, angelológica, sociológica e incluso hasta sicológica. No obstante pocas de estas incursiones son lo que pudiéramos llamar afortunadas, algunas de ellas poseen gran fuerza lírica empero su lenguaje es demasiado farragoso para ser entendido por un no iniciado en la alquimia de la palabra, otras por el contrario son bastante pedestres como para ser consideradas buena literatura. Más acá encontraremos algunos otros escritos que pecan por exceso; llega el momento en el cual abandonan los terrenos de la ficción para comenzar a incursionar en los de lo ficticio y por los graves problemas de verosimilitud que presentan son poco creíbles para el lector. Por último tenemos un grupo de escritos que por el equilibrio en la dosificación de sus elementos bien merecen pertenecer al llamado canon, entre ellas podemos encontrar obras como la “Divina Comedia” de Dante, la poesía de Francisco de Asís, la novela hagiográfica de Tomás de Celano, “El paraíso perdido” de Milton, “Las sandalias del pescador” de Morrist West, “El Cristo de espaldas” de Eduardo Caballero Calderón, cuentos como “Los teólogos” de Borges o cuentos breves como los de “Caballo imaginando a Dios” de Monterroso o “Señal de los tiempos” del Brasileño Joao Anzanello Carrascoza.En cuanto a ensayo podemos mencionar también a Borges con “La esfera de Pascal” y a Espinosa con “Notas para un perfil sicológico de Lucifer” y “La literatura y las varias caras de panteísmo” entre otros.

Pues bien, nos encontramos frente a una novela, que a nuestro juicio, pertenece al último grupo mencionado. Germán Espinosa en El signo del pez logra sintetizar en un lenguaje fácilmente comprensible para cualquier lector, pero sin llegar a lo vulgar, varios años de la historia del origen del cristianismo con el pretexto de una posible biografía del Apóstol de los gentiles; nos introduce de manera bastante didáctica en las discusiones ideológicas de la época y nos lleva de la mano por una cultura tan relativamente cercana pero que no logramos aprehender en su totalidad, todo esto sin perder nunca el rigor literario y conceptual ya que no cabe duda que el escrito es producto del agobio constante por parte del escritor a diccionarios, enciclopedias y crónicas de la época.

En este punto hemos de aclarar que las presentes líneas tienen como finalidad aventurar un análisis de dos aspectos de la obra en cuestión que se presentan a nuestro entender como elementos fundamentales de la misma; estos son el símbolo como dinamizador no solo de la iglesia cristiana primitiva sino también del relato de Espinosa, toda vez que es precisamente el símbolo el que anima los grandes conjuntos de lo imaginario, arquetipos, mitos y estructuras del individuo a los que el escritor apela, siempre y cuando, el cristianismo o la visión judeocristiana del mundo hacen parte ya del inconsciente colectivo de gran parte de la cultura occidental. Por otro lado, tenemos al cristianismo como sincretismo ideológico, que gracias a un hombre como Saulo de Tarso se convierte en uno de los movimientos religiosos y posteriormente en una de las instituciones más grandes de todos los tiempos, lo cual dicho sea de paso no se aleja mucho de lo que en realidad ocurrió.

DEL SIMBOLO Y ALGUNOS ANIMALES ACUATICOS.

Como ya se dijo, uno de los elementos fundamentales en el escrito de Espinosa es el símbolo. No obstante para entrar a analizar con más detenimiento, como esta categoría juega un papel capital en la novela conviene que se defina con claridad le concepto de símbolo.

Al hablar de símbolo encontramos que las entradas léxicas que la palabra tiene en el diccionario son alrededor de siete y las variantes de sentido son de igual manera considerables; pero como la intención de este escrito no es teorizar sobre este particular, diremos simplemente que se debe distinguir entre emblema, atributo, alegoría, metáfora, analogía, síntoma, parábola, apólogo y símbolo. Este último está cargado de realidades concretas, por consiguiente la abstracción vacía el símbolo dando lugar al signo; el arte, por el contrario, en este caso la literatura, huye del signo para nutrir el símbolo y es precisamente esto lo que logra Germán Espinosa con su novela, alimentar una realidad simbólica que hace parte de nuestra cosmovisión como ya se había afirmado en el principio de este ensayo, podríamos afirmar desde una teoría recepcionista que juega con los imaginarios del lector para despertar en él ráfagas de sensaciones muchas veces encontradas como en buena hora lo hicieran los simbolistas franceses. Tenemos pues que como lo plantea Jean Chevalier:

“El símbolo es entonces bastante más que un simple signo: lleva más allá de la significación, necesita de la interpretación y esta de una cierta predisposición. Está cargado de afectividad y dinamismo. No solo representa, en cierto modo, a la par que vela; sino que realiza también, en cierto modo, al tiempo que deshace. Juega con estructuras mentales.” [1]

No obstante el lector debe estarse preguntando sobre la concreción de esa simbología dentro de la obra; comenzaremos haciendo alusión a la frase que Aspálata dirige al joven Saulo cuando hablan por primera vez a las afueras del gimnasio de Tarso: “No te quiero para mí, sino para la humanidad.”[2] En esta frase la hetaira otorga a la figura de aquel joven tarsiota carga simbólica, en el sentido que lo constituye en una figura de trascendencia geográfica, de igual manera que el autor nos da ya, un índice embrionario sobre el futuro de aquel muchacho.

No obstante, el personaje de Pablo no se vuelve simbólico solamente por las frases de aquella cortesana ateniense, es él mismo quien se da cuenta que la única manera de judaizar el mundo occidental es jugando con los arquetipos simbólicos de esta sociedad “Los dioses de Grecia no son otra cosa que símbolos.”(Pag.237.) exclama Pablo después de darse cuenta cual puede ser esa realidad simbólica a la cual él debía apelar para que toda la cultura helénica se rindiera a su evangelio:

“Sí, sí. La palabra, el Logos. Obsesiona a los griegos... A los Estoicos había oído en Tarso que el logos entrañaba la razón misma del mundo... ¡No había duda! Dijeren lo que dijeren, todos los griegos, en una forma u otra, rendían tributo al espléndido y terrible poder que la palabra ejercía sobre la mente humana. ¡Los griegos se inclinarían ante quien afirmara poseer la fuerza del Logos, la fuerza del verbo; ente quien demostrase ser el Verbo hecho carne!” (Pags. 232-233.)

Vemos entonces como el apóstol de los gentiles comienza a dar dinamismo a su proyecto mediante la creación de un arquetipo que resuma en sí mismo los imaginarios tanto de griegos como de judíos. Sin embargo el andamiaje de conquista simbólica no esta completo sin la encarnación de ese arquetipo y es este uno de los detalles en los que el autor nos muestra su concienzuda investigación y agudo sentido de las realidades simbólicas de ambas culturas cuando pone en boca de su personaje Pablo:

“En cambio, Apolo, el bellísimo Apolo, el musageta, el Alexíkakos, en cuyo honor se consagraron el laurel y el cisne, el dios surgido en la paz de Delos, era una contrafaz perfecta, de serenidad, de equilibrio, de música, de juventud, de luz. ¡Un Apolo! ¡Israel no tenía un Apolo!” (Pag 205.)

Quien mejor que el hijo de Zeus y Leto para personificar al Mesías judío en versión griega, muchos de los atributos de los que se le atribuían al salvador judío los poseía Apolo, además su representación humana lo hacia mucho más llamativo a la naturaleza icónica de nuestra especie que solo cree en lo que ve. Pero ¿quién seria el Apolo de Israel.? Precisamente Pablo, nadie más apto que él para representar al verbo hecho carne. Así pues la figura de Pablo, el apóstol de los gentiles, el taumaturgo, el infatigable mensajero de Yahweh asume dentro del relato fuerza simbólica inusitada al convertirse en la mismísima encarnación del Logos griego y el Mesías judío. Después dirá otro esenio del Qumrám,al menos por la redacción de su evangelio es difícil no pensarlo así,sobre todo por que en su lenguaje dicotómico se develan ya rasgos del movimiento gnóstico, que:

“En el principio existía la palabra y la palabra estaba con Dios. Y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe... Y la palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que procede del padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad.”[3]

Cualquier parecido con lo que pensaba el personaje de Pablo en la novela de Espinosa es mera coincidencia.

Sin embargo Germán Espinosa no se limita a darle carga sémica a su personaje y cerrar de esta manera el tratamiento del símbolo en su novela, antes bien, nos propone el concepto mesiánico simbolizado como fundamento estructurante de su relato desde el principio hasta el fin en el PEZ. Es en el Ichthys donde el símbolo alcanza la máxima fuerza literaria dentro de la novela de Espinosa. Es el pez como símbolo de la naciente iglesia cristiana. A este respecto en particular nos dice Chevalier:

“La palabra griega ikhthys (pez) es para los cristianos un ideograma cuyas cinco letras son las iniciales de otras tantas palabras, a saber: Iesous, Khristos. Theou Uios, Soter (Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador.) de ahí las numerosas representaciones simbólicas del pez en los antiguas monumentos cristianos y particularmente en los funerarios... en las catacumbas es la imagen de Cristo.”[4]

El pez y todo aquello que con él se relacione es un Leiv Motiv en toda la novela. Empecemos por los paratextos del título y la portada entendido este concepto como:

“La relación generalmente menos explícita más distante, que, en el todo formado por una obra literaria, el texto propiamente dicho mantiene con lo que solo podemos nombrar como su paratexto: Título, subtítulo, intertítulos, prefacio, epílogos, advertencias... Ilustraciones, fajas, sobrecubierta, y muchos otros tipos de variables accesorias, autógrafas o alógrafas, que procuran un entorno (variable) al texto...”[5]

La sola frase “el signo del pez” nos advierte a la vez que nos introduce en la realidad del cristianismo o al menos así para el lector con algún nivel de competencia intertextual, de igual manera la imagen del pez grabado en una especie de moneda en el extremo inferior izquierdo de la portada del libro, así mismo en la advertencia preliminar el autor nos prepara para “buscar el reverso del círculo plano” visto ya en la carátula de la novela. No obstante como todo buen escritor no da concesiones al lector y por ello no nos dice de entrada que es un símbolo, solo un simple signo. Pero continuemos porque en realidad la sola portada de esta obra, al menos en la edición anotada en las citas, da para la realización, si no de un ensayo, si para un artículo sobre la semiótica literaria del título y la portada de la presente obra.

Como se dijo con anterioridad el pez se constituye en este escrito de Espinosa en un motivo recurrente que se transforma en símbolo en las primeras páginas del relato vemos como la esposa del Calderero se presenta ante Aspálata dibujando en el suelo de su jardín un pez: “Una mujer tan anciana como ella,... Le dibujaba en la tierra del jardincillo, donde modestos jacintos luchaban por imponer su infatigable fragancia, el Ichthys, el signo del pez. “ (Pag.24.) Más adelante, aunque muy sutil, se deja ver el indicio cuando Bernabé y Saulo entran en Jerusalén precisamente por la puerta de los peces: “A Jerusalén entraron, ex profeso, por la puerta de los peces.” (Pag. 70). Es interesante también observar como el Joven Saulo desde temprana edad se sentía inclinado por lo relacionado con la pesca:

“Desde niño, había sentido invencible atracción hacia el trabajo y las maneras sencillas de los pescadores, con quienes a menudo, ahora que había cumplido ya catorce años y era, por tanto, responsable de sus actos ante Dios, se entrenaba en el remiendo de las mallas o adquiría destreza para utilizar anzuelos o arpones.” (Pag. 116.)

Y vemos como más adelante los discípulos que escoge son en gran medida pescadores, así como el jefe de su iglesia; pero es al final de la obra en donde el concepto mesiánico se nos viene a develar en su totalidad, identificado con el símbolo del pez, para cerrar de esta manera, el autor, con broche de oro todo el camino simbólico por el que nos venía conduciendo desde el título de la obra, como bien se pudo observar, es el momento de la decapitación de Pablo cuando Aspálata salta a la arena y en ella, frente a la cabeza de su amado Saulo de Tarso que espera ser cercenada dibuja el símbolo del pez:

“Entonces la antigua hetaira le dirigió una sonrisa y con su breve y adorable dedo trazó en la arena el signo del pez, para luego indicar, con ese mismo amado y leve dedo, al hombre cuya cabeza iba a caer. Porque él era el pez, o sea el Ichthys, o sea Iesous Christos Theoús Hyios Sóter, o sea Jesús ungido, de Dios hijo, salvador, o sea el Logos, o sea...” (Pag 384)

Espinosa nos deja completar, entonces, los demás apelativos acerca del verbo encarnado e indicarnos de esta manera el múltiple acervo simbólico que encierra el Ichthys. No obstante el pez no tendría tal carga sémica si no fuera porque el precursor de lo que ahora conocemos como cristianismo no hubiera cimentado esta nueva religión sobre las columnas ideológicas de algunos movimientos esotéricos y filosóficos de la época.

DEL CRISTIANISMO O SINCRETISMO PAULINO.

“Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.” SAN PABLO.

Quien estas líneas redacta, al momento de escribirlas recuerda a su antiguo profesor de sagrada escritura que hablando de las cartas apostólicas decía que a él le era difícil leer a San Pablo sin darse cuenta de la educación formal helénica que el apóstol de los gentiles debió haber recibido, ya que a juicio de este viejo sacerdote, doctor en teología bíblica, de la universidad bíblica de Jerusalén, Pablo estaba lleno de estoicos y Platón de principio a fin, además de que nunca predicaba sobre Pablo porque según él, este último “Había vuelto m.... el cristianismo” Varios años después al encontrarnos con esta novela de Germán Espinosa es imposible no sentir nostalgia del padre Wilfred, sin embargo es el pretexto perfecto para comenzar la segunda parte de un ensayo destinado a reflexionar sobre la manera como Espinosa nos presenta al cristianismo en esta obra. Como se había planteado al inicio de este escrito, la novela, El signo del pez, responde a una investigación ardua y un rigor conceptual del autor que solo es comparable con el ardor con que Pablo predicó a los gentiles, valga la analogía, para llevarnos al final de la aventura donde “nos aguarda una no convencional, sí admisible propuesta.” (Pag 12.)

Esta, sí admisible propuesta consiste de manera particular en la exposición por parte de un focalizador externo de los basamentos ideológicos de lo que en Antioquía dieran en llamar cristianismo. El joven Saulo de Tarso de manos de su Virgilio que esta vez es una prostituta griega y luego de su Beatriz que en el relato es Juan, un esenio de la comunidad del Qumrán, conocerá los fundamentos ideológicos que más adelante le permitirán Judaizar la cultura occidental.

Saulo apoyado en la visión eclecticista que siempre le acompañó, bástenos con remitir al lector al epígrafe tomado de la primera carta a los Tesalonisenses capítulo 5 versos 21 y 22, comienza su peregrinaje ideológico con los estoicos de Tarso a donde es llevado por su mentora Aspálata:

“Si he arrimado aquí- informó-, es solo por traerte buenas nuevas. Ya sabes que vine a Tarso fascinada por la fama de los estoicos... Ellos al revés que tú, me han recibido con regocijo. Y a instancias mías, han accedido a recibirte también a ti.” (Pag 141)

Por ellos conoce el concepto del Logos como razón de todo cuanto existe y comienza a asimilarlo como el Yahweh de los griegos ya que como también lo dice Germán Espinosa en su ensayo, “La literatura y las varias caras del panteísmo” en la filosofía estoica el Logos puede ser comparado con Dios mismo. Aprende de igual manera la dominación de los afectos y el soportar con serenidad el sufrimiento, y a entender la virtud como fuente única de la felicidad; por esto no es de asombrar que después nos encontremos con el Pablo adulto sobrellevando el dolor con gran “estoicismo” así como conservando la virtud por medio del subyugamiento de sus afectos; pero ante todo la doctrina paulina debe a los estoicos el concepto de alma: “Ahora el alma, el pneuma, aparecía a la vista del tarsiota como un nuevo concepto.” (Pag. 157.) El Pablo de Espinosa no se encuentra muy alejado del Pablo bíblico al que escuchamos hablar en las cartas a los efesios y colocenses del pléroma cósmico o cuando hace uso de la diatriba, género propio de cínicos y estoicos, para llamar la atención de los gálatas sobre sus comportamientos. Volviendo a la novela esta relación con la estoica es notada en su momento por el procónsul de acaya, hermano mayor de Lucio Anneo Séneca, quien le dice a Pablo: “Sabes bien que, excepción hecha de la historia del Dios hombre (bien tramada, desde luego), tu doctrina no difiere mucho de la estoica.” (Pag 86).

Nuestro personaje sigue su camino con los platónicos, de quienes toma el concepto del uno y la progresión

“El uno se hallaba en la cumbre de los contrarios, pero debía considerarse no solo innombrable, sino incognoscible. Frente a toda multiplicidad, el Uno venia a representar el ser primitivo, la suprema perfección que engendra lo vario mediante una progresión de seres.” (Pag 235.)

Este concepto incluso será el título del undécimo capítulo del libro, obviamente el Uno de Platón será tomado por Pablo como el Elohim de los judíos; valga mencionar que Pitágoras varios años antes que Platón había planteado como Arjé, es decir, como principio fúndante del universo al número uno, “Por su parte Pitágoras, identifica a Dios con el número uno, del cual son múltiplos todos los demás números.”[6] Pero Saulo no solo conoce los planteamientos platónicos sino también los aristotélicos ya que en su prédica en el areópago y en el gimnasio de akademos hace uso del primum móbile de Aristóteles para referirse al Dios desconocido, “No escatimó un preámbulo acerca del movimiento en Aristóteles, clásica vindicación del Dios ignoto.” (Pag. 80)

El aprendizaje ideológico del apóstol de los gentiles según no lo presenta Espinosa continua con los hipocráticos y los terapeutas egipcios, para luego encontrarse con Filón de Alejandría y sus leyes exegéticas que buscaban la unión de los conceptos de la septuaginta con los principios platónicos:

“Filón, cuya vanidad le inducía a creerlos simples admiradores suyos, cautivos de su labia, seguía urdiendo sus razonamientos. Según él, al Dios único no le resultaba hacedero actuar sin intermediarios. Y el primero de esos intermediarios era el Logos, especie de ángel a quien debía considerarse como su hijo primogénito, como un ideal proyectado entre el cielo y la tierra: imagen platónica suya que, al tiempo, devenía un ejemplar mundano, un Dios hombre.” (Pag. 298.)

No obstante Pablo creía que la doctrina del de Alejandría era la total helenización de las creencias de Israel lo cual en la época era una especie de gnosis:

“Los primeros historiadores de la gnosis situaron sus estudios en la perspectiva de los padres de la iglesia que le habían suministrado la mayoría de sus materiales: La gnosis estaba considerada como una desviación del cristianismo original, debida a una helenización radical.”[7]

Es importante anotar que la gnosis era en realidad un movimiento o movimientos religiosos que existían ya desde antes del cristianismo como manera de vivenciar determinado credo pero dándole un contenido esotérico fundamentado en el hecho de que la gnosis solo era alcanzada por el iniciado después de que este había asimilado una serie de claves para la interpretación de los textos sagrados. De igual manera el cristianismo tuvo su movimiento gnóstico que basaba gran parte de su doctrina en los fundamentos platónicos y estoicos como el pléroma mencionado por Pablo en la carta a los efesios, entre otras. Igualmente en el evangelio de Marcos se pueden encontrar pasajes de tipo gnóstico, como dato interesante de esta influencia en los primeros años del cristianismo tenemos el que el canon de los libros sagrados llevado acabo en el siglo II había sido propuesto en su momento por el gnóstico Marción en el 150. Dato que nos ilustra sobre la influencia de este movimiento en la iglesia primitiva.

El arduo camino de preparación de nuestro personaje para fundar un movimiento religioso basado como ya lo hemos visto en un buen número de ideologías termina con su estadía en el monasterio esenio de Qumrán donde sus habitantes se consagraban “a cultivar la virtud y la resistencia a las pasiones... Sus moradores despreciaban toda riqueza y su vida comunitaria era sencilla y admirable.” (Pag. 328.) De esta manera Pablo vive varios años en una secta judía que proclamaba la pronta venida del Mesías liberador y que mantenía constante intercambio ideológico con Egipto y Grecia. Bajo la instrucción de José de Arimatea aprendió sobre las enseñanzas de Buda y el estado de finas. En esto también se muestra la erudición de “esenio” que posee Espinosa pues su Pablo tampoco se encuentra muy lejos de la realidad ya que después del descubrimiento de la literatura esenia del Qumrán varios estudiosos han logrado establecer la singular afinidad de esta con, por ejemplo, la segunda carta a los corintios capítulos seis y siete; lo mismo con respecto al evangelio de Juan. Además el discurso escatológico en el Pablo bíblico es bastante recurrente.

Podemos darnos cuenta entonces no solo como el personaje de Germán Espinosa en El signo del pez funda una religión fundamentada en un sincretismo ideológico hecho por él, sino también como el Pablo de Espinosa guarda bastante semejanza con el Pablo histórico; sumergiendo de esta manera al lector en una amalgama de símbolos y realidades históricas así como ficcionadas para lograr una novela ejemplar en cuanto a su estructuración y manejo de la información, dejando, además, de una vez y para siempre claro que el oficio de escritor es un trabajo arduo y disciplinado y que en las novelas como en la vida navegamos por un “universo que ha construido la intuición y que desafía la tiranía del orden” (Pag 11), o sea que bien los dos Pablos pueden ser el mismo, o sea que los estoicos y Platón y los esenios son el cristianismo, o sea que el cristianismo es los esenios y Platón y los estoicos, o sea que Pablo o Jesús descubrieron solo para su sorpresa que el pez habita en el agua, o sea...

BIBLIOGRAFIA.

v Biblia de Jerusalén. Desclee de Brouwer. Bilbao, 1975.

v CRÉPON, Pierre. Los evangelios apócrifos. Círculo de lectores. Bogotá, 2001.

v CHEVALIER, Jean. Diccionario de los símbolos. Editorial Herder. Barcelona, 1988.

v ESPINOSA, Germán. El signo del pez. Editorial Nomos. Bogotá 1987.

v ----------------------------- La elipse de la codorniz. Ensayos disidentes. Editorial Panamericana. Bogotá, 2001.

v GENETTE, Gerard. Palimpsestos. Editorial Taurus.Madrid, 1989.



[1] CHEVALIER, Jean. Diccionario de los símbolos. Editorial Herder. Barcelona 1988.Pag. 19.

[2] ESPINOSA, Germán. El signo del pez. Edit. Nomos. Bogotá 1987. Pag. 139. En adelante todas las citas sobre la novela serán tomadas de esta edición.

[3]Biblia de Jerusalén. Desclee de Brouwer. Bilbao 1975 Evangelio de Juan. Cap. 1 del 1 al 3 y el 14.

[4] OP. CIT. Chevalier Jean. Págs. 824-825.

[5] GENETTE, Gerad. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Editorial Taurus.Madrid 1989.Pag. 11.

[6] ESPINOSA, Germán. “La literatura y las varias caras del panteísmo”. La elipse de la codorniz. Ensayos disidentes.Editorial Panamericana.Bogotá 2001. Pag 116.

[7] CREPON, Pierre. Los evangelios apócrifos. Círculo de lectores. Bogotá 2001. Pag 173.

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