BREVE HISTORIA DE LOS BUENOS MODALES O DE CÓMO
EVOLUCIONAN CIERTOS ASPECTOS DE LA URBANIDAD.
Por: Cristian Cárdenas Berrío.
Desde que en los grandes banquetes de los antiguos
griegos y romanos se comenzaron a imponer ciertas modas gastronómicas, para que
los demás comensales vieran la riqueza y opulencia de sus anfitriones;[1] los
humanos nos hemos preguntado sobre cuál es el correcto proceder en la mesa o en
algunas situaciones sociales que así lo ameriten.
Las crónicas del siglo XI hablan de una noble dama
veneciana que fue tremendamente reprendida por las autoridades de la iglesia católica
por haberse atrevido a utilizar un tenedor en público. El historiador Fernand
Braudel nos habla de cómo un predicador alemán decía que el tenedor era un
atributo de Satanás y agrega que tal sacerdote durante su sermón dominical
gritaba: “Dios no nos hubiera dado manos si hubiera deseado que usáramos un
instrumento semejante”.
Lo anterior no debe extrañar a nadie, ya que hasta
hace solo tres siglos y algunos años el tenedor era un artículo de lujoso
exotismo dentro de las cortes europeas, en las cuales como es de suponer se
comía con ayuda del divino regalo de la mano.
Las costumbres fueron cambiando y se hizo necesario aprender desde como
usar correctamente la servilleta hasta utilizar los cubiertos adecuados para
cada ocasión, claro está cuando los había ya que ese maravilloso invento de los
romanos que fue la cuchara, tal cual como la conocemos hoy, solo alcanzó
popularidad bien entrado el siglo XV, sobre todo en Holanda donde se llegó a
comer con ocho cucharas diferentes, una para cada salsa.
La primera ilustración que se conoce sobre la
utilización del tenedor data de 1022 en el monasterio de Montecassino, este
instrumento importado a Roma desde Bizancio por extravagantes comerciantes
venecianos, junto con el cuchillo, solo alcanzará carácter de normalidad en el
siglo XVII. Prueba de lo anterior es por ejemplo lo que afirma un manual de
urbanidad del siglo XV: “Se coja la carne tan solo con tres dedos y no se
introduzca en la boca con las dos manos.” “un niño bien educado no se suena la
nariz con la mano que coge la carne.”
Como ya se dijo los griegos se preocupaban igualmente
por los modales en la mesa, el poeta Ovidio señala: “Haya que beber vino en
pequeños sorbos, comer poquísima cantidad con mesura y calma, sin dar señales
de ansia desmedida.” Claro está, esta no era precisamente la constante en
Grecia. Entre los nórdicos el puesto principal en la mesa lo ocupaba la persona
más destacada y los demás por orden de categoría al rededor. A los pajes
medievales se les advertía que nadie debía poner los codos sobre la mesa, ni
debía sonarse con el mantel, así como tampoco se debía beber de la fuente.
Aunque sea difícil definir en cada cultura y en cada
pueblo cuales son los buenos y los malos modales, lo cierto es que desde el
preciso momento en que nos levantamos y cuidamos de nuestro aspecto estamos
participando en el ritual de la cortesía y la etiqueta, que se ocupa no solo
del vestido sino también de nuestra manera de proceder en público, nuestros
gestos y hasta nuestro lenguaje. La cultura Europea ha sido por excelencia la
cultura de la etiqueta y el
refinamiento, sin embargo el primer texto que se conoce sobre esta urbanidad de
las maneras aparece en 1204 y es escrito por un judío converso, mientras que en
la China, Confucio se había ocupado de la moral en el comportamiento varios
siglos antes de cristo. Por su parte los antropólogos afirman que la primera
norma de cortesía apareció con el apretón de manos.
El pañuelo es otra disculpa para revisar la evolución
en las costumbres. Los griegos y romanos lo llevaban entre los pliegues de la
túnica o en el bolsillo de la toga, pero lo utilizaban para limpiarse el sudor.
En esta época estaba prohibido sonarse la nariz en público. Más adelante
durante la edad media el pañuelo pasó a ser un artículo de lujo en las manos de
las mujeres que lo utilizaban para atrapar maridos y amantes; los hombres lo
utilizaban por estética, aquellos pañuelos de seda bordados con finísimos
encajes son un buen retrato de la época. Aunque por otro lado nos encontramos a
la reina María Antonieta utilizando un pequeño martillo de oro para aplastar
unas inoportunas pulgas que recorrían su augusta cabeza. El martillo nos habla
de la frecuencia con que estas cosas ocurrían.
Par finalizar se puede mencionar una anécdota de
mariscal francés Foch. En alguna ocasión después de la segunda guerra mundial
un norteamericano le decía: “Ustedes los franceses, con sus modales
fluctuantes, no me impresionan lo más mínimo. Me parece como si estuvieran
rellenos de aire caliente.” A lo cual el mariscal respondió: “Tal vez sea así,
pero usted habrá observado que los neumáticos a pesar de no estar llenos nada
más que de aire, pueden pasar, sin embargo, por los caminos más quebrados con
relativa facilidad. Lo mismo pasa con los buenos modales; no son más que aire
caliente, como usted ha dicho, pero nos ayudan a pasar sobre las circunstancias
escabrosas de la vida sin saltar demasiado.”
Y pensar que en la antigua Roma un marido que sorprendiera a su mujer
sonándose la nariz podía pedir el divorcio.
C.C.B.
Cartago 12 de Marzo de 2007.
[1] Por ejemplo uno de los
grandes generales romanos gustaba de ofrecer a sus invitados, estofado de
anguila carnívora que había sido alimentada con la carne de sus enemigos.
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