sábado, 15 de junio de 2013



BREVE HISTORIA DE LOS BUENOS MODALES O DE CÓMO EVOLUCIONAN CIERTOS ASPECTOS DE LA URBANIDAD.

Por: Cristian Cárdenas Berrío.



Desde que en los grandes banquetes de los antiguos griegos y romanos se comenzaron a imponer ciertas modas gastronómicas, para que los demás comensales vieran la riqueza y opulencia de sus anfitriones;[1] los humanos nos hemos preguntado sobre cuál es el correcto proceder en la mesa o en algunas situaciones sociales que así lo ameriten.

Las crónicas del siglo XI hablan de una noble dama veneciana que fue tremendamente reprendida por las autoridades de la iglesia católica por haberse atrevido a utilizar un tenedor en público. El historiador Fernand Braudel nos habla de cómo un predicador alemán decía que el tenedor era un atributo de Satanás y agrega que tal sacerdote durante su sermón dominical gritaba: “Dios no nos hubiera dado manos si hubiera deseado que usáramos un instrumento semejante”.

Lo anterior no debe extrañar a nadie, ya que hasta hace solo tres siglos y algunos años el tenedor era un artículo de lujoso exotismo dentro de las cortes europeas, en las cuales como es de suponer se comía con ayuda del divino regalo de la mano.  Las costumbres fueron cambiando y se hizo necesario aprender desde como usar correctamente la servilleta hasta utilizar los cubiertos adecuados para cada ocasión, claro está cuando los había ya que ese maravilloso invento de los romanos que fue la cuchara, tal cual como la conocemos hoy, solo alcanzó popularidad bien entrado el siglo XV, sobre todo en Holanda donde se llegó a comer con ocho cucharas diferentes, una para cada salsa.

La primera ilustración que se conoce sobre la utilización del tenedor data de 1022 en el monasterio de Montecassino, este instrumento importado a Roma desde Bizancio por extravagantes comerciantes venecianos, junto con el cuchillo, solo alcanzará carácter de normalidad en el siglo XVII. Prueba de lo anterior es por ejemplo lo que afirma un manual de urbanidad del siglo XV: “Se coja la carne tan solo con tres dedos y no se introduzca en la boca con las dos manos.” “un niño bien educado no se suena la nariz con la mano que coge la carne.”

Como ya se dijo los griegos se preocupaban igualmente por los modales en la mesa, el poeta Ovidio señala: “Haya que beber vino en pequeños sorbos, comer poquísima cantidad con mesura y calma, sin dar señales de ansia desmedida.” Claro está, esta no era precisamente la constante en Grecia. Entre los nórdicos el puesto principal en la mesa lo ocupaba la persona más destacada y los demás por orden de categoría al rededor. A los pajes medievales se les advertía que nadie debía poner los codos sobre la mesa, ni debía sonarse con el mantel, así como tampoco se debía beber de la fuente.

Aunque sea difícil definir en cada cultura y en cada pueblo cuales son los buenos y los malos modales, lo cierto es que desde el preciso momento en que nos levantamos y cuidamos de nuestro aspecto estamos participando en el ritual de la cortesía y la etiqueta, que se ocupa no solo del vestido sino también de nuestra manera de proceder en público, nuestros gestos y hasta nuestro lenguaje. La cultura Europea ha sido por excelencia la cultura de la  etiqueta y el refinamiento, sin embargo el primer texto que se conoce sobre esta urbanidad de las maneras aparece en 1204 y es escrito por un judío converso, mientras que en la China, Confucio se había ocupado de la moral en el comportamiento varios siglos antes de cristo. Por su parte los antropólogos afirman que la primera norma de cortesía apareció con el apretón de manos.

El pañuelo es otra disculpa para revisar la evolución en las costumbres. Los griegos y romanos lo llevaban entre los pliegues de la túnica o en el bolsillo de la toga, pero lo utilizaban para limpiarse el sudor. En esta época estaba prohibido sonarse la nariz en público. Más adelante durante la edad media el pañuelo pasó a ser un artículo de lujo en las manos de las mujeres que lo utilizaban para atrapar maridos y amantes; los hombres lo utilizaban por estética, aquellos pañuelos de seda bordados con finísimos encajes son un buen retrato de la época. Aunque por otro lado nos encontramos a la reina María Antonieta utilizando un pequeño martillo de oro para aplastar unas inoportunas pulgas que recorrían su augusta cabeza. El martillo nos habla de la frecuencia con que estas cosas ocurrían.

Par finalizar se puede mencionar una anécdota de mariscal francés Foch. En alguna ocasión después de la segunda guerra mundial un norteamericano le decía: “Ustedes los franceses, con sus modales fluctuantes, no me impresionan lo más mínimo. Me parece como si estuvieran rellenos de aire caliente.” A lo cual el mariscal respondió: “Tal vez sea así, pero usted habrá observado que los neumáticos a pesar de no estar llenos nada más que de aire, pueden pasar, sin embargo, por los caminos más quebrados con relativa facilidad. Lo mismo pasa con los buenos modales; no son más que aire caliente, como usted ha dicho, pero nos ayudan a pasar sobre las circunstancias escabrosas de la vida sin saltar demasiado.”  Y pensar que en la antigua Roma un marido que sorprendiera a su mujer sonándose la nariz podía pedir el divorcio.



C.C.B.



Cartago 12 de Marzo de 2007.




[1] Por ejemplo uno de los grandes generales romanos gustaba de ofrecer a sus invitados, estofado de anguila carnívora que había sido alimentada con la carne de sus enemigos. 

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