Un filósofo pesimista, Hernán cortés y las aulas de clase.
Por: Cristian Cárdenas Berrío
Emparapetado en una de sus cimas de desesperación ese suicida delicado que fue Ciorán afirmó que “el encarnizamiento por borrar del paisaje humano lo irregular, lo imprevisto y lo deforme, linda con la indecencia.” (bibliotecaignoria.blogspot.com: consultado el 7-10-2011) Para quienes nos acostamos imaginado que la fuente de la eterna juventud, ideal y arquetipo de la inhumana perfección, había muerto con el reino de california y la enfebrecida imaginación de Hernán Cortés, nos corresponde despertarnos entre afanes y sudores para confirmar que la idea de un hombre de error cero ha resucitado en medio de nuestras aulas, a nuestros estudiantes en no pocas ocasiones les está prohibido el error, mientras que muchos maestros ebrios de discurso y apoltronados en la comodidad que proporcionan las verdades, las razones no contrariadas, forman cosificando, educan domesticando, disciplinan- en fin- apabullando lo humano que hay en el estudiante.
En no pocas ocasiones durante mi ejercicio docente, algunos estudiantes me hacen preguntas ante las cuales solo puedo alzar los brazos, siento como si una colt 45 me apuntara directamente al rostro. Casi siempre esos cuestionamientos tienen que ver más con las vidas de ellos que con dudas al respecto de lo dicho en clase: “¿cómo se enamora a alguien, profesor? -¡al suelo que están disparando!” De tiempo atrás he creído intuir que la razón de esta situación es harto simple. Los maestros seguimos pensando que el racionalismo craso y lato de nuestro discurso, que el disfraz de objetividad que algunas ciencias suelen portar, es una suerte de fuente de eterna juventud y perfección, como la que soñaron los españoles al llegar a suelo americano, en la que al bañarse el alumno, por arte de algún secreto trance mágico que subyace en nuestra racionalidad científica, saldrá convertido en alguien mejor y verdaderamente feliz.
Olvidamos, sin embargo, que la ardua tarea de hacerse humano, no sólo pasa por el discurso puro y duro de la lógica occidental, porque como ya lo afirmó Heidegger, con harta elocuencia, la lógica es un invento de los profesores. El raciocinio de los afectos es otro, es del orden de la poesía y no pocas veces de la desmesura. Hay razones del corazón que la razón no suele comprender, barruntó ese teólogo pitagórico que fue Pascal y yo creo que en esto le asiste la verdad que tienen las frases y cosas que amamos. No logro entrever en qué momento olvidamos los sabios consejos de Aristóteles a Nicómaco, al hablarle del enojo; su explicación a Alejandro Magno sobre el autocontrol; cuando relegamos las enseñanzas de los eleatas al proponernos educar nuestros afectos; dónde quedó la sabiduría de Epicuro al invitarnos al goce de placeres elevados y porqué no, en qué lugar de nuestra memoria colectiva yace la exhortación del predicador de Galilea cuando nos dijo que de la abundancia del corazón habla la boca.
Educamos para una sociedad globalizada donde la competencia raya con un canibalismo ilustrado, los altos desempeños y habilidades informáticas son condición sine qua non del individuo contemporáneo. Luego, en la mañana de los domingos en la comodidad de nuestra casa nos alarmamos frente a los índices de suicidio infantil y juvenil, rasgamos nuestras vestiduras al enterarnos que la depresión es considerada pandemia por la OMS y al final casi nos produce un síncope el enterarnos de los altos niveles de corrupción (Híper-individualismo) de nuestros dirigentes. No veo lugar a tal alboroto, tenemos los sujetos que formamos, la educación, al contrario de lo que algunos puedan pensar, funciona a la perfección.
Tal vez sea hora de educar en el amor, de formar en los afectos, de que tengamos no solo sujetos con altos desempeños tecnológicos y en competencias laborales, sino también seres asombrados frente al milagro de la vida, individuos capaces de amar, de amarse, que de verdad puedan ser un tú para el otro. Para esto los maestros debemos superar una condición que nos acompaña y esta es que estamos más cerca afectivamente de la escuela donde educamos, pero más cerca efectivamente de la escuela donde nos educaron. Es hora de entender la frase del filósofo rumano con que inician estas líneas, el pretender la normalización de lo humano, estudiantes bien vestidos, bien hablados, bien pensados, de cinco en todo y a pesar de todo, es una indecencia. Es hora de hacer nuestras las palabras de ese metafísico impenitente que fue Jhon Donne, cuando dijo: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca debes preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
Cartago, a los siete días del mes de octubre del año 2011 de nuestro naufragio.
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ResponderEliminar"La educación es lo que queda una vez que olvidamos todo lo que se aprendió en la escuela".
ResponderEliminarEinstein.
Así pues, Gracias.
Un Profesor no es el que enseña. Indudablemente usted no llega a un salón de clases a enseñar, pero; personalmente, aprendo como un putas cada sábado.
En hora buena.