“Es curioso advertir que el estilo de Dios,
es casi idéntico al de Víctor Hugo.”
Borges oral.
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, que se llamó en la pila bautismal y afortunadamente solo allí, nació el 24 de agosto de 1899, en el 840 de la calle Tucumán de la capital de la república Argentina. Este bonaerense es, por destino, vocación, tesón o azar, concepto que le era tan caro; si no el escritor latinoamericano más importante del siglo pasado, al menos si el más referenciado, sobre el que más se ha escrito, del que más se habla o cita, es, como él mismo lo dijo de Quevedo “más una vasta literatura que un hombre”.
De su obra se han estudiado múltiples facetas: Borges como palimpsesto, la cultura y la tradición como grandes protagonistas de la obra borgeana, las matemáticas en Borges, las isotopías del espejo, laberinto y los tigres en sus escritos, incluso existe un “AntiBorges” de Martín Lafforgue. Sin embargo, el filón que nos interesa es la pregunta por la filosofía en el rioplatense. De hecho, es mejor reformular la anterior afirmación, ya que hacernos en este momento la pregunta de si hay filosofía en Borges, es incurrir en un lugar común. Es evidente, para cualquiera que lea con atención la obra de Borges, que existe filosofía en ella. Esta peculiaridad de la obra borgeana ha sido ampliamente estudiada, bástenos mencionar algunos nombres: el italiano Roberto Paoli, el español Fernando Savater, el venezolano Juan Nuño, el argentino Ezequiel Olaso y los colombianos Julián Serna Arango y Rafael Gutiérrez Girardot, entre otros.
Por lo anterior, es mejor cuestionarnos sobre qué filosofía subyace en la obra del argentino, cuáles son sus características, qué marcas textuales de esta filosofía aparecen en la obra, qué recursos retóricos utiliza el autor para formular esta filosofía, etc. Como el lector supondrá en las presentes líneas no agotaremos las peguntas antedichas. Nos interesa de manera particular mostrar como mediante la ironía Borges desmonta la visión dualista propia de nuestra tradición judeo – cristiana y de esta manera hace entrar en crisis la metafísica occidental basada y creada a partir de la tradición mencionada. Poniéndonos de esta manera en la reflexiones propias de la filosofía postmetafísica.
En primera medida debemos definir el concepto de ironía. Este se remonta a la tragedia griega con los personajes de Alazon y Eiron:
Así el primero, (alazon) pasó a significar toda aquella actitud vanidosa, y en el fondo estúpida, de quien finge unas aptitudes que están muy lejos de poseer, mientras que el segundo (eiron) (en aquel entonces era imposible todavía predecir cuán larga sería su fortuna en el acervo de la cultura occidental) indicó a partir de aquel momento el talante de alguien que, en apariencia desvalido, esconde su juego y, por medio de sinuosas estratagemas, se sale con la suya.
De esta manera la ironía comienza en occidente su trasegar, durante el romanticismo irá a ser tema recurrente en la crítica literaria de Schlegel. El siglo pasado aparecieron en literatura trabajos como los de Pierre Schoentjes, sobre la poética de la ironía y en la literatura latinoamericana el juicioso estudio de Tittler. No obstante la ironía en Borges posee particularidades especiales.
Es la manifestación en un mismo enunciado, de dos conciencias, en donde una relativiza a la otra, la interroga en los supuestos de verdad que esta posee, subvierte las razones y las leyes y entrega, en consecuencia, una visión que en rigor es una cosmovisión. La ironía borgeana proviene de un yo que se duplica. Tal concepción de yo que es “esencialmente dramático” (Schlegel), puesto que siempre se piensa como dos y es capaz de percibirse desde un afuera, acerca al pensamiento borgeano para comprenderlo como un diálogo en cuya dinámica la “ironía es su modo natural, siendo su cometido preservar la relación dialéctica entre las dos instancias en juego”.
Lo anterior se puede ver perfectamente en un texto como el de “Borges y yo” en el que el autor instaura una dialéctica entre el Borges, escritor reconocido y el Borges “mero ciudadano, de la mera república Argentina”. Lo particular aquí es que la contradicción no encuentra resolución al final, por el contrario el texto termina en tensión: “No sé cuál de los dos escribe esta página.” Queda, en vilo el principio de identidad sobre el que occidente ha cimentado conceptos como el del yo, que tanto hará reflexionar a nuestro autor.
La ironía en los escritos de Borges tiene varias características formales; Gutiérrez Girardot distingue: la alusión, la movilidad, la desfiguración y la excentricidad, no entendida en términos sociológicos ni psicológicos. No obstante, consideramos que estos rasgos y otros se agrupan en la parodia como la expresión más adecuada de la ironía. La etimología de parodia nos da luces sobre este proceder borgeano; para y ôde, es decir, contra canto. No es otra cosa lo que el bonaerense realiza en sus escritos. Sí, la tradición es la gran protagonista de la obra borgeana, pero no para apologarla sino para narrarla a contrario, para jugar con ella, para satirizarla, caricaturizarla, en fin para parodiarla. La ironía, es en Borges, el mecanismo que le permite ponerlo todo patas arriba. Ya que él es consciente de que solo así, ironizando nuestra realidad y cultura, es posible desordenar nuestra tradición para que encontremos nuevas puertas de sentido y por consiguiente tengamos futuro. Observemos solamente un detalle en los cuentos que escribe su bifronte seudónimo de Honorio Bustos Domecq, en “Seis problemas para Don Isidoro Parodi”, apellido por lo demás bastante significativo. En la mayoría de los relatos policiacos el detective es una suerte de ser privilegiado; en estos relatos, por el contrario, asistimos a una colección de detectives extravagantes: un Lord exquisito, un ciego que a pesar de su discapacidad, todo el embrollo a resolver le es absolutamente claro y nada se le escapa, un gordo que nunca sale de su invernadero, y otros por esta misma línea. Pero lo más llamativo es que todos los casos de Parodi comienzan con el investigador preso, lo que constituiría para los lógicos una contradictio in adjecto.
Pero de todos los temas de nuestra tradición que son blanco de la ironía borgeana, es la metafísica occidental uno de sus preferidos. Cosmogonías, teodiceas, mitologías, herejías y teologías, forman una constelación alrededor y a través de los escritos del argentino. Muchos de sus textos están concebidos y escritos con el fin de parodiar las extravagancias que en occidente ha concebido, alimentado y cuidado, los amanuenses de “la larga noche de la metafísica”.
Veamos por ejemplo “Las tres versiones de Judas”. El traidor más famoso de las historia de occidente en manos de Borges es pretexto para el desmonte de la visión de mundo cristiana que pretende dejar al hombre sin posibilidades, ante la disyuntiva maniquea de negro o blanco, de bueno o malo. Por el contrario en el texto se nos proponen, no dos sino tres versiones del apóstol de Cristo. La primera de ellas es de carácter teológico, influenciada por el gnosticismo de Carpócrates. Judas había sido el único discípulo que intuyó la divinidad de su maestro y por tanto comprendió que su papel en “la economía de la redención”, debía ser el de traidor: “El verbo se había rebajado a mortal; Judas discípulo del verbo, podía rebajarse a delator” (P. 515.) según esto el Iscariote fue el discípulo más fiel a su maestro.
Una segunda versión es de carácter moral y consiste en que Judas fue el asceta máximo ya que decidió mortificar eternamente su alma para beneficio de su rabino, renunció a cuanto bien y gloria ofrecía su condición al lado del predicador galileo para que este alcanzara sus objetivos: “Pensó que la felicidad como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres.” (P. 516.) Judas obro con total humildad y abnegación. Finalmente, se nos propone una tercera versión bastante inquietante, la de que el verdadero salvador fue Judas, Dios se hace hombre pero escoge el cuerpo de Judas para llevar a cabo su misión: “Para salvarnos pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas.” (P. 517.)
Además de las anteriores versiones podríamos ubicar una versión cero que es la que todos conocemos, la de Judas como traidor. Existirían también, para seguir con el juego borgeano de las bifurcaciones, de la existencia como laberinto, la versión de Judas en: “El evangelio de Judas”; así como las versiones judías sobre que Judas fue un escogido por los sumos sacerdotes del templo para despojar a Jesús del nombre de Dios, del cual se había adueñado de manera fraudulenta. Tendríamos entonces no solo tres sino cuatro y hasta seis versiones de Judas. Borges como vemos parodia la versión original, la cuestiona sobre sus supuestos de verdad, y cual prestidigitador saca pañuelos de diversos colores de su manga. El argentino se toma la tradición por asalto y deconstruye el modelo dicotómico occidental utilizando la ironía como su principal herramienta.
Otro ejemplo fundamental, para ver la ironización de la metafísica por parte de Borges y su escepticismo como manera de concebir la realidad, la tenemos en el texto, “Fragmentos de un evangelio apócrifo.” Analicemos tres de ellos, para observar cómo opera este parodiar ironizador dentro de su desmonte de la metafísica dualista instaurada largo rato en occidente.
En el fragmento 16, nos dirá: “No hay mandamiento que no pueda ser infringido, y también los que digo y los que los profetas dijeron.” La referencia del argentino al decálogo de los cristianos es directa, esto en consonancia con su escepticismo, ya que son precisamente los diez mandamientos uno de los últimos burladeros del universalismo. Siempre y cuando constituyen normas morales aplicables en toda circunstancia e independientemente de los sujetos y las sociedades.
Es por esto que Borges será categórico al afirmar que todos los mandamientos se pueden infringir, incluso los que él mismo está planteando en el escrito, toda vez que como nos lo enseñó Nietzsche la moral es idiosincrática, es decir, la moral es más una manera de desear que una forma de actuar. Lo anterior nos lleva a concluir que en últimas, nuestras decisiones no son otra cosa que apuestas hechas a determinados paradigmas de existencia. Por esto se debe poner en evidencia la última de las grandes cartillas metafísicas. En un mundo signado por la metáfora de lo líquido, al decir de Bauman, se nos presenta bastante improcedente, al menos en un noventa por ciento, el legado mosaico, siempre y cuando en la actualidad algunos apostamos por ontologías otras.
En el fragmento 34 leemos: “Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar…” En una sociedad donde el catecismo nos ha escindido los fines de los medios, donde no se nos ha enseñado a hacer el bien porque es lo deseable sino por temor a lo que podamos encontrar más allá, la afirmación borgiana es bálsamo saludable. En nuestra vida más que encontrar certezas nos la pasamos buscando posibilidades.
Lo importante no es encontrar, el mismo verbo nos pone de plano en la parcela de los universales, lo fundamental es la búsqueda por la búsqueda misma, es ese andar a la enemiga, como decían en otra parte, lo que nos brinda futuro, en la medida que nos abre puertas de sentido. Por esto, en la actualidad la palabra certidumbre, posee cierto tufillo de anacoreta jubilado, ya lo dijo Rorty: “a lo sumo somos honestos”.
En el último de los fragmentos el 51, nos encontramos con una frase rotunda y esclarecedora: “Felices los felices.” Frente a un evangelio de cruz y sufrimiento, Borges nos pone de frente la Eudaimonia, la felicidad como verdadero fin de nuestra existencia, “Como Montaigne, la divisa de Borges podría haber sido: je ne fais rien sans gaité.” Como es natural en el rioplatense, su escepticismo le había hecho escribir un poco más adelante que no creía que los actos de los humanos fueran merecedores del infierno o del cielo; esta, es una actitud mucho más tranquilizante. También por esto Borges nos propondrá una opción diferente a la metafísica del sufrimiento. Es esta misma razón que invita a la alegría de la existencia por la que Borges, quien se ufanaba de las páginas que había leído, se concebía como alguien que leía por placer, “Soy un lector hedonista- escribió alguna vez-: jamás consentí que mi sentimiento del deber interviniera en afición tan personal como la adquisición de libros, ni probé fortuna dos veces con autor intratable, eludiendo un libro anterior con un libro nuevo, ni compré libros- crasamente- en montón.” Es Borges un lector feliz y por lo tanto agradecido.
En estos fragmentos, además de lo comentado hasta aquí, se deja notar una característica peculiar del bonaerense, esta es su economía escritural. Enrique Vila Matas llama la atención sobre este particular y afirma que Borges realiza una literatura y una filosofía portátiles, por esto su pensamiento aforístico, forma que es bastante adecuada para la ironía. Podemos afirmar que Borges más que un pensador es un provocador, un polemista; quiere darnos que pensar.
En este punto se hace necesario proponer una consideración fundamental dentro del quehacer de J.L. Borges con la literatura y la filosofía. Nuestro autor utiliza la literatura como laboratorio filosófico. En su escritura se mezclan de manera cadenciosa los dos discursos. Borges es un demiurgo que crea mundos posibles partiendo de presupuestos filosóficos, llevándolos, no pocas veces, a sus vertiginosas consecuencias.
Observemos uno de los relatos de Borges más conocidos, “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius.” Este cuento es el laboratorio de alquimia de este escritor hecho de páginas y tinta. En él crea un mundo y lo dota de una fisionomía epistémica, si se nos permite la expresión. Tlon, es un mundo basado en la psicología, tiene un geografía propia y su lengua no posee sustantivos, “Hay verbos impersonales calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo no hay palabra que corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar.” (P. 101.) La geometría de este lugar tiene dos disciplinas: la visual y la táctil. Tlon, es un mundo donde existe una preeminencia del tiempo, mas no el tiempo espacializado que occidente posee, sino a la manera en que algunos filósofos pre-platónicos concebían el universo.
Vemos como Borges ejercita en su laboratorio literario el Imago mundi de los alquimistas para crear mundos y sociedades inquietantes, delirantes, vertiginosas o simplemente mundos otros como el de “La lotería de Babilonia” en donde el azar ha permeado todos los espacios, momentos e intersticios de la vida de los habitantes de aquella Babilonia borgeana. Este utilizar la literatura como laboratorio es precisamente uno de los mecanismos narrativos de Borges para desmontar la visión universalista, metafísica y diádica del occidente cristiano que ha construido nuestra visión de mundo diametralmente opuesta a la de Tlon. Nuestro mundo está cimentado sobre lenguas que tienen como base el sustantivo, se basa en la física y la biología antes que en las esferas internas del ser y la psicología, nuestra geometría es euclidiana, léase espacial, y no táctil. Por esto hemos entendido el universo como algo material y espacial antes que temporal.
Esto lo logra también mediante las alusiones constantes a referentes de la tradición filosófica o bíblica mencionemos solo un libro de Borges que está plagado de estos guiños; “Elogio de la sombra”, en el encontramos los ya mencionados “Fragmentos de un evangelio apócrifo” pero igualmente tenemos a: “Juan, I, 14. Heráclito. El laberinto. Israel. Leyenda. Una oración” etc. Todos textos donde alude a las tradiciones antedichas. El título mismo es un homenaje y un plagio del libro de ensayos sobre el arte japonés publicado en 1933 por el escritor Juníchiro Tanazaki en el cual compara nuestro gusto por lo luminoso y prolijo en contraposición con el gusto oriental por lo tenue, las sombras y lo envejecido.
Una de las consecuencias de todas estas negaciones, de las puestas en cuestión de la tradición, de la ironía como expresión narrativa que da cuenta del escepticismo esencial del autor, es la ubicación de Borges y su obra en el orden de lo lúdico. Él juega con conceptos filosóficos, teológicos, matemáticos y hasta con el folklore argentino dentro de su literatura. Es un niño, en el sentido nietzscheano, que se divierte armando edificios de conceptos para luego hacer funambulismo con ellos en sus manos. En Borges “el juego no es, sin embargo, huida de la realidad, ni tampoco creación cerebral, sino un momento constitutivo de la existencia humana: por eso las negaciones de Borges, o si se quiere, su nihilismo, no son un rechazo del mundo, sino un modo positivo de conocerlo y de vivir en él.” Por esta razón Borges nos dirá en el final de “Nueva refutación del tiempo”: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho, el tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río… El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.” (P. 771.) Vemos como el juego borgeano no es huida de la realidad sino más bien gozosa resignación.
Es este jugar la actitud más profundamente filosófica de Borges. Sobre este particular nos dirá Fernando Savater:
Spoudaios paizein: jugar en serio. Con esa expresión curiosa, casi tierna, inquietante al repensarla, caracteriza Platón el quehacer filosófico. Del juego tiene la filosofía su carácter no instrumental, la ligereza de cuanto se sustrae momentáneamente a los afanes de lo necesario y la supervivencia, un cierto punto incluso de irresponsabilidad y petulancia, el empeño en crear maquetas a escala para luego experimentar con ellas de modo delirantemente riguroso: el filósofo es en una sola pieza la rata, el laberinto y el observador que toma notas (pero si un niño se cuela en el laboratorio, cuando se encuentre con ese laberinto y la rata mareada en él, ¿acaso no lo tomará por un juguete estupendo?)
Esto es precisamente lo que hace Borges; juega en serio, armando mundos para experimentar con ellos, es un niño travieso y como ellos, juega no para distraerse sino para concentrarse.
Para finalizar, debemos llamar la atención sobre un aspecto capital en la puesta en cuestión de nuestra tradición metafísica dentro de la obra de Borges. Este aspecto tiene que ver con la relación que en occidente tiene el lenguaje y la metafísica, toda vez, que esta última se sostiene sobre un andamiaje elaborado con el primero. La simbiosis lenguaje - metafísica no es ajena a Borges, por lo que tal relación se verá reflejada tanto en la vida como en la obra del argentino. Pero no un reflejo cualquiera, sino que adquirirá contornos particulares como todo lo borgeano.
Esos contornos particulares no pasan desapercibidos para el premio Nobel sudafricano, John Maxwell Coetzee, al leer al bonaerense. En uno de los ensayos de su libro “Costas extrañas” afirma:
Borges siente con pasión el gnosticismo- la idea de que el Dios último está más allá del bien y del mal y, por tanto, se encuentra infinitamente lejos de su creación-, pero la idea del miedo que informa su obra posee una base más metafísica que religiosa. Hay atisbos vertiginosos del colapso de todas las estructuras de significado, incluido el propio lenguaje, presentimientos deslumbrantes de que el propio yo que habla carece de existencia real.
Ese colapso del lenguaje, al menos del lenguaje apodíctico de raigambre aristotélica, Borges no solo lo intuye sino que lo prueba en su laboratorio, lo induce. Su obra está plagada de referencias al lenguaje y su dinámica en nuestra existencia: El nombre de Dios puede estar en las manchas del jaguar, en “El inmortal”, Homero y los demás inmortales han renunciado al lenguaje, el cual va recuperando poco a poco en su interacción con el protagonista del cuento; uno de sus cuentos más conocidos, “El Zahir”, surge a partir de su reflexión sobre las consecuencias de la palabra inolvidable y la posibilidad de que en la vida existiera un objeto que no se pudiera olvidar. Pero en donde mejor vemos este desmonte del lenguaje occidental es en “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”; la explicación del lenguaje de Tlon basta para darse cuenta de ello. Este “giro lingüístico” que tiene lugar en la obra borgeana corresponde a la conciencia que Borges tiene del mismo y a la certeza de que nuestra metafísica está cimentada sobre una concepción particular del lenguaje; por lo tanto, el rioplatense sabe que para deconstruir esa metafísica se debe poner en cuestión el lenguaje mismo, mediante la ironía y la construcción de mundos otros.
No es difícil colegir que Borges, consciente o no, proponiéndoselo o no, se adelanta en Latinoamérica a muchas de los conceptos y reflexiones del giro lingüístico y de la filosofía post-metafísica. Borges aunque heteróclito en sus inclinaciones filosóficas, no es caprichoso, ni gratuito en sus razonamientos. Del hijo de Doña Leonor Acevedo podemos decir lo que él afirmo de Wilde: “Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón.” (P. 692.)
Jorge Luis Borges nos propone una metafísica otra, una que al contrario de la aristotélica – cristiana no tenga su punto de equilibrio más allá de lo físico sino que por el contrario parta de lo material. Borges dota de estatuto ontológico a lo cotidiano: En un punto de la escalera de un sótano está la totalidad del universo, una moneda que es inolvidable, un tomo de una enciclopedia que solo se encuentra en la biblioteca de un amigo en el que se describe un mundo desconocido, una lotería que interviene en la existencia de toda una nación, un joven campesino que posee una memoria perpetua; los ejemplos serían infinitos, si los yahoos de Borges tienen razón al creer que el infinito comienza en el cinco. Lo fantástico aparece en el argentino como un intersticio de la realidad. La imaginación en Borges no consiste en creer en la realidad de lo asombroso, sino en asombrarse de la realidad. Esta es su metafísica.